El
Perro
Mecánico

 El Perro mecánico duerme pero no duerme, vive pero no vive en su caseta, con su tierno zumbido, su tierna vibración, suavemente iluminada en una esquina oscura del cuartel de bomberos. La tenue claridad de la una de la madrugada, la luz de la luna a través de la gran ventana, tocaban aquí y allá el latón y el cobre y el acero de la bestia, que temblaba ligeramente. La luz parpadeaba en trozos de cristal de rubí y en los capilares sensitivos de esa nariz con pelillos de nylon que tenía la criatura, levemente trémula, con sus ocho patas dobladas bajo ella, apoyada sobre sus pezuñas de goma.

R. Bradbury


Reseña Ars Alterna


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